sábado, 14 de julio de 2012

Mil tormentas.

Estaba desgastada,
con las esquinas dobladas,
deseando arder sin quemarse,
sentir sin que más tarde, las facturas llegaran.
A ella, Madrid le quedaba tres tallas grande,
la agonía llamaba a su puerta
y amenazaba con quedarse a vivir.
El equilibrio le sabía a poco,
las historias con final feliz se le resistían
y el porvenir se ausentaba.
Todos los martes le llovían inviernos,
y los jueves, sinsentido.
No desayunaba con diamantes,
cenaba cristales rotos.
El día en que ventana no fue sinónimo de libertad
quiso huir de mil tormetas
y no se percató de que quizás con abrir un paraguas hubiera sido suficiente.



Jugándome la vida.

He apostado mis certezas siempre a la misma casilla,
esa que consistía en exprimir la piel
y que salieran las palabras.