lunes, 17 de noviembre de 2014

Accidente geotrágico.

A lo lejos se encuentran mis defectos
esculpidos en piedra,
escupidos en forma de accidente geotrágico.
Ahí están, inmóviles y erosionados por mis pasos
y no por el del tiempo
-no sería justo culpar a las agujas del reloj de nuestros retrasos.-

Aprecio vientos totalmente indiferentes a lo que pueda sentir.
Ellos tienen la potestad de soplar con el cariño con el que te sacan
del ojo una pestaña que escuece
o con la furia desvastadora que acaba con
el lugar más hermoso que hayamos podido imaginar.
Nosotros, la obligación de experimentar
el alivio de ser soplados
o el lamento por ser devastados.

Hay árboles con raíces endebles
en los que me veo mucho más reflejada
que en ríos de agua cristalina,
y animales en peligro de extinción
que intentan autoperpetuarse
con la misma fuerza que
lo hace el último recuerdo que nos queda
de la persona que alimentó nuestras vigilias.

Una voz artificial anuncia que llegamos a nuestro destino.
Qué suerte poder hacer de un cristal
una ventana
de vez en cuando,
aunque acabe anocheciendo
y no se vislumbre absolutamente nada.
Nos queda la añoranza de lo que nuestras retinas captaron
y el consuelo de que siempre habrá más trenes.
¿Qué pensará el resto de pasajeros de todo esto?






martes, 26 de agosto de 2014

Lo absurdo.




Una despedida es todo aquello que envuelve el momento en el que un pez se te escurre de las manos y agoniza en la arena.
Entonces, se agotan los recambios, desaparecen todos los soportales, los segundos se convierten en libros de mil páginas cayendo violentamente de la estantería al suelo, las canciones decapitan. No sientes nudos en la garganta sino los cordones bien atados de un ejército de niños repipis con náuticos. Intuyes en la mirada del resto el peor de los desastres naturales, se declara el Estado de alarma, deduces de los restos la miseria. Se evapora su tacto y te martirizas cada noche haciendo lo posible por recordar su voz a la vez que temes que esto ocurra. Anotas cuándo será la próxima revisión del gas como si te importara, reservas en cada viaje una plaza a su recuerdo (cada vez más difuminado), haces un boceto de la masacre e intentas que prescriba el delito arañando cielos desesperadamente buscando algo de luz. Los ascensores se cierran, los autobuses te dejan en tierra, los chicles se vuelven insípidos de tanto mascar e inventas historias para poder contarle, por si vuelve. 
Mientras, el pez sigue agonizando y lo único que se te ocurre es suplicar que, por dios, no se muera. 
Lo absurdo, eso sí que golpea fuerte.



sábado, 14 de junio de 2014

Condición humana.

Escudándonos en eléctricos atisbos que el tedio escupe,
damos marcha atrás arrastrados por las mismas losas de siempre
y desaprovechamos hallazgos
que deslumbran como coches con las largas encendidas
disfrazándose de invitación irrechazable a la vida.

Imploramos el regreso al simulacro
y desafiamos a la destreza de escondernos,
articulando en otros menesteres
palabras que creíamos muertas
-a la vez que rezamos por que este sea un acto renovador-.

Intuimos, entre tanta apariencia y doble fondo,
huyendo de eruditos,
a personas que refutan la teoría que afirma que vivir
es deshojar una sucesión de días.
A veces incluso somos capaces de apreciarlo.

El subconsciente traiciona y me da por soñar con relojes
que no marcan la hora
y futuros
que cabalgan hacia guerras de reconstrucciones.

Evalúo riesgos y no sé si merecerá la pena luchar,
pero empatizo con aquellos que buscan
el impulso del que se adentra en el eco
de los resortes del pasado para escapar de él.
Y es que hay que tener más esperanza en el aprendizaje tras caer
en la cuerda que tras caer en la cuenta.

Yo, que te recibí como Goya iluminado pintando a la lechera de Burdeos
en medio de la locura del Aquelarre y Saturno devorando a un hijo,
ahora me atormento pensando en la idealización constante de la especie más ordinaria.

¿Qué tiene más poder; una idea o un ejemplo?


viernes, 21 de febrero de 2014

Atemporal.

                                                                                   ''Se rompió la cadena que ataba el reloj 
                                                                                                             a las  horas.''


Necesito serme infiel a mí misma tres veces por semana,
mirarme de vez en cuando en el espejo
y no reconocerme,
pero reconocer que no es mi reflejo el que está fingiendo,
que soy yo.
Insoportable la obsesión de que permanezcan intactos tus principios
aunque esto suponga masacrar los estambres
para que no germine la primavera.
Insoportable la obsesión de tener que cerrar tres veces
y dejar la llave puesta para prevenir males mayores.
Como si la abolición de horizontes ávidos no fuera suficiente castigo.

Me da miedo la retransmisión en directo de un adiós,
la última hora del proceso rutinario que supone el olvido,
la venta de la exclusiva más cotidiana.
Me niego a decretar inmunidad a las espinas.
Intentar encontrar el lado positivo del invierno
es un acto de valentía,
volver a la realidad con la boca llena de flores,
retroceder cien daños atrás.

Creo en depósitos de arrugas de gente llena de vida,
en el zumo de naranja que recorre sus venas,
en sus manías y rituales,
en su nombre como antónimo de desaliento.