domingo, 26 de julio de 2015

Tristeza colorida.


De pronto miré al cielo y recayó con violencia sobre mí una tristeza carente de la rudimentaria inercia de la desgana y privada del desgarro trivial de una herida común, una tristeza trazada en amarillo, naranja, rosa y azul donde convergían los bailes fracasados y el peso insostenible de todo lo dicho por decir. Una tristeza llena de matices en la que el lamento aullaba y escocía, pero a la vez ofrecía un catálogo de serenidad. En definitiva, una tristeza a la que yo quería desalojar, pero que era necesaria y albergaba condescendencia conmigo misma.

A veces da igual el paisaje si la luz es bella, pues bien, latía en mí algo similar: lo que alrededor pasaba parecía importar poco porque la tristeza era colorida, y lo más importante: yo la entendía.

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